Donde Ella nos cuenta quién es y cómo ha llegado hasta aquí. Parte XVI.
El 22 de mayo es Santa Rita, una fiesta preciosa a la que mi familia, la rama femenina- por supuesto!- es absolutamente devota. Mi padre, ateo recalcitrante y defensor a ultranza de la lógica, el pensamiento científico y la razón, se pone enfermo cada año por las mismas fechas, cuando mi abuela, que ya no va la pobre, porque está muy mayor, mi madre y yo íbamos, tan contentas, a bendecir y ofrecer las rosas primaverales a la Santa, patrona de los imposibles, de los milagros y de las causas perdidas. Ahora vamos mi madre y yo, juntas o por separado, pero no hay año en que no vayamos. Siempre tenemos uno o dos imposibles que pedirle a la pobre Rita, que debe andar desesperada por esas fechas, y todo el año, en realidad, intentando atender las peticiones de todo el mundo. Y claro, algunas se le pasan. Si es que no da para más!
La fiesta tiene algo de entrañable, de humilde, con todos los tenderetes de rosas montados en la calle hospital, delante de la Iglesia de Sant Agustín, que es donde se hacen las bendiciones, y todas las señoras mayores haciendo cola para ofrecerle sus flores, sus velas y sus estampitas a la virgen. Es humilde porque en general, los devotos son gente mayor, mujeres, normalmente, que llevan sus flores, rosas silvestres o de jardín, rosas abiertas, que nada tienen que ver con las rosas perfectas de la Diada de Sant Jordi. Son rosas con pinchos, con los tallos retorcidos, rosas pequeñas, salvajes o grandes, como las rosas abiertas de los maceteros de balcón, y las llevan envueltas en servilletas de papel para no pincharse, o en papel de aluminio casero. Y huelen, huelen a rosa!
Es una fiesta luminosa, llena de color, porque la iglesia se llena de feligreses apretujados que alzan sus brazos con los ramos de rosas de todos los colores para que el párroco se las bendiga, para que les llegue una gotita siquiera del agua bendita que esparce el capellán y les traiga suerte y les conceda el milagro o no les quite la esperanza. Quién sabe qué milagros le van a pedir a la Santa, pero da la impresión de que van a agradecerle el milagro de llegar a final de mes o de tener un techo donde caerse muertas. Pedirle un milagro para el hijo, que no parece que vaya a salir adelante y que se les gasta la pensión o para la hija, que se fue a vivir a otra ciudad y tiene tres hijos y un marido que es un cafre y casi no los ve nunca, más que en Navidad que vienen a buscarla para estar dos o tres días con ellos. Días que se le hacen eternos porque a ella le gusta más estar en su casa, que es pequeña y vieja, pero es ahí donde guarda sus recuerdos.
También puedes imaginar las historias de amor, de desamor, de pasiones y deseos que deben llegar a los oídos de la Santa... historias de corazones partidos y de amores eternos, de promesas y de palabras que un día se llevó el viento. Y en fin, que parece que incluso los milagros son modestos.
Y bueno, que eso, que yo no me la pierdo porque todo huele a rosa y a vida y a sueños y a esperanzas. Y a mi esto de la esperanza me pone mucho.
Yo, por desgracia, no soy creyente. No creo en el Dios cristiano, ni en ningún otro, esto lo debo haber heredado de mi padre, que en algo tenía que parecerme a el! Pero en cambio en lo que sí creo es en la esperanza, en el poder del amor, por cursi que quede esto, para cambiar las cosas, en la fuerza del deseo y de la voluntad y creo sobretodo que cuando uno o unos cuantos desean algo con mucha intensidad, a veces, algunas veces, ocurren milagros. Y siempre salgo de ahí pensando que si los milagros existen, vale la pena intentarlo.
Yo soy de las que andan todo el día pidiendo deseos. En los cumpleaños, cuando hay que soplar las velas yo siempre necesito unos segundos para aclararme con el deseo que voy a pedir y ahí tengo a toda la familia mirándome, esperando a que abra los ojos y les diga, vale, ya lo tengo, podéis soplar. O cuando se me cae una pestaña y me la pongo en el dorso de la mano y digo, si soplo y sale volando es que se va a cumplir, o cuando digo, si al girar alguien va vestido de verde, voy a conseguir tal o cual cosa o cuando pienso, si se gira y me mira, es que me quiere... en fin, yo soy de las que andan todo el día buscando respuestas en los signos y mensajes del destino, supongo que porque en el fondo sé que hay muchas cosas que no tienen respuesta y muchas otras no dependen más que de la suerte o del azar, que se parece, pero no es lo mismo. Por eso, en el fondo, me encanta ir a la fiesta de Santa Rita, porque así, al menos durante una rato, estoy rodeada de gente que, igual que yo, espera una respuesta, un milagro, una señal, algo, cualquier cosa que le haga mantener la ilusión, la esperanza de que todo saldrá bien, de que llegarán a final de mes, de que al final todo se arreglará, de que no estarán solas, de que por fin, él se va a girar y las va a mirar, de que por fin, las amarán.
Porque la esperanza, amigos, ya sabéis, es lo último que se pierde.
El 22 de mayo es Santa Rita, una fiesta preciosa a la que mi familia, la rama femenina- por supuesto!- es absolutamente devota. Mi padre, ateo recalcitrante y defensor a ultranza de la lógica, el pensamiento científico y la razón, se pone enfermo cada año por las mismas fechas, cuando mi abuela, que ya no va la pobre, porque está muy mayor, mi madre y yo íbamos, tan contentas, a bendecir y ofrecer las rosas primaverales a la Santa, patrona de los imposibles, de los milagros y de las causas perdidas. Ahora vamos mi madre y yo, juntas o por separado, pero no hay año en que no vayamos. Siempre tenemos uno o dos imposibles que pedirle a la pobre Rita, que debe andar desesperada por esas fechas, y todo el año, en realidad, intentando atender las peticiones de todo el mundo. Y claro, algunas se le pasan. Si es que no da para más!
La fiesta tiene algo de entrañable, de humilde, con todos los tenderetes de rosas montados en la calle hospital, delante de la Iglesia de Sant Agustín, que es donde se hacen las bendiciones, y todas las señoras mayores haciendo cola para ofrecerle sus flores, sus velas y sus estampitas a la virgen. Es humilde porque en general, los devotos son gente mayor, mujeres, normalmente, que llevan sus flores, rosas silvestres o de jardín, rosas abiertas, que nada tienen que ver con las rosas perfectas de la Diada de Sant Jordi. Son rosas con pinchos, con los tallos retorcidos, rosas pequeñas, salvajes o grandes, como las rosas abiertas de los maceteros de balcón, y las llevan envueltas en servilletas de papel para no pincharse, o en papel de aluminio casero. Y huelen, huelen a rosa!
Es una fiesta luminosa, llena de color, porque la iglesia se llena de feligreses apretujados que alzan sus brazos con los ramos de rosas de todos los colores para que el párroco se las bendiga, para que les llegue una gotita siquiera del agua bendita que esparce el capellán y les traiga suerte y les conceda el milagro o no les quite la esperanza. Quién sabe qué milagros le van a pedir a la Santa, pero da la impresión de que van a agradecerle el milagro de llegar a final de mes o de tener un techo donde caerse muertas. Pedirle un milagro para el hijo, que no parece que vaya a salir adelante y que se les gasta la pensión o para la hija, que se fue a vivir a otra ciudad y tiene tres hijos y un marido que es un cafre y casi no los ve nunca, más que en Navidad que vienen a buscarla para estar dos o tres días con ellos. Días que se le hacen eternos porque a ella le gusta más estar en su casa, que es pequeña y vieja, pero es ahí donde guarda sus recuerdos.
También puedes imaginar las historias de amor, de desamor, de pasiones y deseos que deben llegar a los oídos de la Santa... historias de corazones partidos y de amores eternos, de promesas y de palabras que un día se llevó el viento. Y en fin, que parece que incluso los milagros son modestos.
Y bueno, que eso, que yo no me la pierdo porque todo huele a rosa y a vida y a sueños y a esperanzas. Y a mi esto de la esperanza me pone mucho.
Yo, por desgracia, no soy creyente. No creo en el Dios cristiano, ni en ningún otro, esto lo debo haber heredado de mi padre, que en algo tenía que parecerme a el! Pero en cambio en lo que sí creo es en la esperanza, en el poder del amor, por cursi que quede esto, para cambiar las cosas, en la fuerza del deseo y de la voluntad y creo sobretodo que cuando uno o unos cuantos desean algo con mucha intensidad, a veces, algunas veces, ocurren milagros. Y siempre salgo de ahí pensando que si los milagros existen, vale la pena intentarlo.
Yo soy de las que andan todo el día pidiendo deseos. En los cumpleaños, cuando hay que soplar las velas yo siempre necesito unos segundos para aclararme con el deseo que voy a pedir y ahí tengo a toda la familia mirándome, esperando a que abra los ojos y les diga, vale, ya lo tengo, podéis soplar. O cuando se me cae una pestaña y me la pongo en el dorso de la mano y digo, si soplo y sale volando es que se va a cumplir, o cuando digo, si al girar alguien va vestido de verde, voy a conseguir tal o cual cosa o cuando pienso, si se gira y me mira, es que me quiere... en fin, yo soy de las que andan todo el día buscando respuestas en los signos y mensajes del destino, supongo que porque en el fondo sé que hay muchas cosas que no tienen respuesta y muchas otras no dependen más que de la suerte o del azar, que se parece, pero no es lo mismo. Por eso, en el fondo, me encanta ir a la fiesta de Santa Rita, porque así, al menos durante una rato, estoy rodeada de gente que, igual que yo, espera una respuesta, un milagro, una señal, algo, cualquier cosa que le haga mantener la ilusión, la esperanza de que todo saldrá bien, de que llegarán a final de mes, de que al final todo se arreglará, de que no estarán solas, de que por fin, él se va a girar y las va a mirar, de que por fin, las amarán.
Porque la esperanza, amigos, ya sabéis, es lo último que se pierde.