viernes, 20 de julio de 2007

Look at me! Parte XVIII


Look at me!
Donde ella nos cuenta quién es y cómo ha llegado hasta aquí... Parte XVIII.

Beijing…

Hoy Beijing se ha despertado lenta y cansada. La niebla amortigua los gritos y el ruido de la ciudad. Solo se ven algunas cabezas asomando entre las aguas del lago del Houhai, como boyas negras flotando en la corriente. El calor nos ha dejado inmóviles, el tiempo se ha parado, solo cabe esperar a que caiga la noche y quizás hoy, si hay suerte, refresque un poco.
Llego a casa justo cuando empieza a llover. El cielo se ha oscurecido, ha caído la luz como si hubiera llegado la noche de repente, sin avisar, oscuridad total. Los coches encienden las luces y de repente un trueno, y si! Gracias a Dios! Se ha puesto a llover. Una lluvia repentina y fuerte que limpiará las calles y las mentes!
Dentro de un rato, cuando afloje un poco la lluvia, bajaré a comprarme la comida.

Salir a buscar el almuerzo siempre me hace pensar en In the mood for love de Wong Kar Wai, cuando ella cada día sale a buscar los fideos en el restaurante de la esquina. Cada día un Qipao distinto, - el vestido Shanghainés, que no sabéis nada!- Y baja las escaleras como flotando. Qué maravilla.
Lo mío no va a ser tan espectacular, lo intuyo. Voy con chancletas y bermudas y no sé por qué motivo desconocido el mundo no marcha a cámara lenta cada vez que yo bajo unas escaleras. ¿Hay cosas que son del todo injustas, no os parece?

Aquí nadie se inmuta por la lluvia, todo el mundo sigue como si nada. El mismo paraguas que les sirve para protegerse del sol les sirve ahora para protegerles de la lluvia y sinó sin paraguas y con chancletas. Para que protegerse los pies del agua si el agua se escurre y cuando salga el sol se secará en el tiempo de un suspiro.

Yo sí que me protejo de la lluvia. Con mi capelina azul que me llegaba hasta los pies, las chancletas y unos pantalones largos arremangados, salgo a buscar algo de comer. Que hambre, Dios!
He tenido que pelearme con la capelina que volaba y se me pegaba a la cara con el viento y con las chancletas que han resbalado con todas y cada una de las baldosas que han pisado. En definitiva, he compuesto un cuadro esperpéntico en azules y grises bajando avenida abajo. Parecía Pina Bausch en plena crisis emocional. Que mierda de vida, de verdad!

Me gustaría saber fotografiar el olor de la lluvia refrescando el ambiente. La sensación de ligereza. Aunque suena un poco a anuncio de Ausonia, la verdad. Pero que queréis, debe ser que las chicas somos así, dulces e ingenuas, ja!

En fin, a lo que iba, que cuando intentas hacer fotos de una ciudad, un país, otra cultura, más que en lo que estás consiguiendo, en lo que piensas es en lo que no sabes captar, en lo que te estas perdiendo. Te angustia constantemente lo que no estás viendo, lo que estás dejando pasar, lo que te ha pasado por delante y no has podido capturar, porque sí, porque a veces son solo segundos, el tiempo de un parpadeo, una mirada furtiva, un gesto, una luz, un destello, un instante que fue y se fue y desapareció para siempre. El famoso instante decisivo de Cartier-Bresson, o porque lo que has visto lo has visto solo por el rabillo del ojo y, a veces, ni siquiera estas seguro de haberlo visto. Y porque bueno, intentar captar un sentimiento en 35 mm y en dos dimensiones tiene su miga, te lo digo yo! Pero es un buen ejercicio de síntesis, eso sí que lo tiene. Y es que en el fondo todos andamos buscando al perro de Moriyama, no? Una sola foto, un solo perro, una sola luz y la síntesis de una derrota, de todo un país, del Japón que perdió la segunda guerra mundial.

El perro negro de Daido Moriyama… Me fuí a Japón a buscarlo y sigo buscándolo en China y quién sabe donde más tendré que irme para encontrarlo. Y si lo voy a encontrar en esta vida o en la próxima! Porque, caray! Una hace lo que puede pero… en fin, que quien hace lo que puede no está obligado a más, eso dice mi abuela. Mientras tanto, pues ala, a correr mundo y que me quiten lo bailao.

Porque yo no habré visto atacar naves en llamas más allá de Orión, ni he visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la puerta Tannhäuser, pero he cantado y bebido hasta emborracharme con los Miao, en las montañas de Xijiang, he lanzado fuegos artificiales con los Hang a la orilla del mar de la China oriental, he compartido arroz con los monjes Tao en la montaña sagrada del Wuyi Shan y me han susurrado “Misty” al oído cruzando el Huang Pur river, en la noche de Shanghai y todos estos recuerdos no se perderán en el tiempo como lagrimas en la lluvia… que va! Porque ya sabéis como voy a vacilar contándoselos a todo el mundo! Ja!

Pues eso, que uno siempre anda buscando algo, al perro de Moriyama o a sí mismo. Lo importante es seguir buscando y al final siempre acabas encontrando algo, algo que habías olvidado pero que en el fondo siempre estuvo ahí. Y yo en este viaje he acariciado, por fin, los dragones de jade de Mazu, la diosa.

Sale el sol otra vez, los paraguas vuelven a abrirse, esta vez para proteger del sol. Un sol que quema y que no deja respirar. Los coches vuelven a pitar y los gritos de la gente vendiendo de todo vuelven a resonar por todas las calles. La cuidad despierta otra vez.

Me parece que esta noche tampoco va a refrescar.