martes, 24 de abril de 2007

Look at me. Parte XIII

Donde ella nos cuenta quien es y como ha llegado hasta aquí. Parte XIII.
En el último momento desesperado- ¡Cuando ya no puedes sufrir más!-, ocurre algo de carácter milagroso. La gran herida abierta por la que se derrumba la sangre de la vida se cierra, el organismo florece como una rosa. Eres “libre” por fin, y no “con nostalgia de Rusia”, sino con el anhelo de cada vez mayor libertad, de cada vez mayor felicidad.
Son textos que recuerdo de cuando los leí en mi adolescencia. Henry Miller. Me encantaba. Durante la adolescencia se sufre mucho. Uno siempre está sufriendo. No en vano se la llama adolescencia, del que adolece, no? Es una etapa curiosa en la que hay que tomar tantas decisiones que se anda medio perdido, hecho un lío entre lo que quieres ser, lo que eres y lo que te obligan a ser. No es que después la cosa cambie mucho pero se te supone más libre y más… mmm… más no sé qué, francamente.
En fotografía hay grandes trabajos sobre la adolescencia. Jouko Lehtola, por ejemplo, nos muestra a unos adolescentes que buscan su espacio, su lugar en el mundo a través de la identificación con grupos determinados. Reivindican por un lado la diferencia y por otro la pertenencia a un grupo que les proteja, que les acoja. Los adolescentes buscan la seguridad y la reafirmación fuera del núcleo familiar, por tanto deben encontrar cuál es su tribu, por decirlo de alguna manera. Los hábitos, la pose, la forma de vestir, son las máscaras. Los primitivos usaban las máscaras para protegerse de los espíritus malignos y para dar miedo al enemigo. Supongo que ahora usamos la máscara un poco para lo mismo, pero no andamos bailando y dando saltitos lanza en mano, por la calle. Por lo demás, igualito.
Después está Tracy Moffat, con su serie de cicatrices para toda la vida, donde intenta plasmar gráficamente los traumas infantil-adolescentes que le han explicado sus amigos o gente que quiere compartirlos con ella. Hay algunos muy duros, cosas terribles, pero también hay algunos con los que es fácil identificarse, como con la del chico que lleva la camiseta del equipo de fútbol tejida a mano por su madre. Esta hecho polvo, el pobre, totalmente avergonzado, y sus compañeros se están muriendo de risa compartiendo miradas irónicas entre ellos. Yo nunca he jugado al fútbol, pero recuerdo que a mi madre una vez se le antojó comprarme unas Victoria rosas para ir de excursión cuando todos los de mi clase llevaban estupendas zapatillas de deporte de marca. Me hundió en la miseria durante todos los malditos campamentos de verano y cuando se lo recuerdo todavía se ríe, la muy petarda!
En fin, después tenemos a Rineke Dijkstra y su maravillosa manera de captar el paso de niño a adulto con unas fantásticas fotos de criaturas extrañas, niños como cervatillos que parecen estar creciendo y alargarse durante todo el tiempo que dura la exposición. Ponen cara de estar totalmente desamparados y no de saber que hacer con sus cuerpos. Geniales!
El momento total es cuando los niños empiezan a tener bozo pero todavía no se afeitan y tienen aquel aspecto desaliñado, como a medio hacer, o cuando a las niñas se les empieza a intuir el pecho y no saben como esconderlo porque mamá no ve ningún motivo para que tengan que taparse la parte de arriba en la playa. Que momentos más duros, señor! Y las madres parecen haber olvidado que ellas también fueron niñas y que también se sintieron tan extrañas como sus hijas dentro de un cuerpo que parece que va por libre. Hay una foto genial de Lethola en la que aparece una niña con toda la cara llena de acné, el pelo engominado para que le quede bien liso, como enganchado a la cara, unos grandes pechos y una camiseta tres tallas pequeña en la que se puede leer “Hello boys!” Una risa total, en serio! Con todas esas hormonas saltándoles de neurona en neurona y con todas esas crisis de identidad y esas pasiones y esas amistades de sangre, para toda la vida. Es una época fantástica! Cansadísima, eso también. Pero es que no hay quien aguante tanta intensidad! Tantas cosas nuevas, no? Besar a un chico por primera vez, enamorarse por primera vez, tener el primer desengaño, que no el último, que va! Y, bueno, intentar comprenderte, comprender el mundo, comprender a la familia, pensarse el futuro, idearse la vida, construirse un mundo… y soñar, soñar mucho; qué vas a ser, quién vas a ser, cómo va a ser. Una maravilla. ¿Y los amigos? Gente con la que crees que no podrías vivir, que son lo más importante para ti, grandes promesas, grandes amores. Después todo cambia, y nada es como lo soñaste, o casi nada! Aunque en algunos casos, casi mejor, no? Dios nos libre! No sé quien dijo, cuidado con lo que sueñas porque se te puede cumplir. Una verdad como un templo.
En fin, que la adolescencia es una época dura y conflictiva pero que cuanto más lejos la tienes más maravillosa te parece. Porque sí, porque es intensa y sobretodo, porque está viva, tremendamente viva. Yo me miro a esos chicos y sonrío, porque por un lado sé la cantidad de trabajo que les queda por hacer, muchos dolores y frustraciones, pero por otro, porque dan una gran envidia con sus vidas recién estrenadas, con sus risas y sus pasiones. Es como ver a un potro recién nacido empezar a galopar.
En realidad yo me siento exactamente igual que ellos, con las mismas ganas de vivir, con los mismos miedos, con las mismas ilusiones, con la misma intensidad. Supongo que esto, en el fondo, nunca cambia. La vida empieza cada día! Aunque tenga que convertirme en un parque natural y salvaje habitado solamente por soñadores inactivos, no me detendré para quedarme aquí, en la ordenada fatuidad de la vida de adulto responsable!.
Henry Miller otra vez. Ja!

domingo, 15 de abril de 2007

Look at me! Parte XII.


Donde Ella nos cuenta quien es y como ha llegado hasta aquí. Parte XII.

Cómo huir de la certeza absoluta de que tu vida, tal y como la conoces hasta ahora, ha terminado. Nada puedes seguir por este camino. Es un camino sin salida, has llegado al final. No hay ninguna puerta, ningún atajo, ningún camino visible. Solo esta el bosque delante de ti, espeso, inescrutable, denso, oscuro, misterioso, amenazador. El bosque. Da miedo entrar ahí, y te sientes paralizado. ¿Qué opciones tienes? Entrar aunque te mueras de miedo o quedarte quieto donde estás, intentar no sentir el deseo de algo más, y esperar. No sé que se puede esperar. Pero esperas. Y si algo se mueve ahí dentro del bosque te asustas porque no lo ves y no sabes lo que es y te gustaría saberlo, o preferirías no saberlo y que nada se moviera al otro lado. El bosque, en este caso, no te deja ver los árboles. Cuando el futuro es una masa informe, oscura y densa, cuando el futuro es un bloque compacto que parece que llegará un día, de golpe, sin previo aviso, eres incapaz de intuir de que está formado. Cuando el futuro es el bosque que tienes delante, eres incapaz de ver los árboles, los ríos, los valles, los caminos, los pájaros, la tierra, la roca, la vida. Solo ves la oscuridad y el miedo. A veces le doy vueltas a esto. Pienso ¿de qué está formado el miedo? (Ja! Esto ha sonado a “A qué huelen las nubes?”) A qué le tenemos miedo? Qué es lo que nos paraliza? En el fondo creo que somos más víctimas del pensamiento judeocristiano de la maldita culpa y castigo de lo que nosotros mismos nos suponemos. ¿Porque sino nos aferramos tan desesperadamente a lo que tenemos como si más allá no hubiera otras vidas, otros mares, otras gentes? Yo, por ejemplo, he nacido y he vivido siempre en la misma ciudad, jamás he salido de aquí. He visto muchos países del mundo, pero solo un rato, luego he vuelto a casa, tranquilita, segura, caliente, y me he puesto a soñar en la próxima vez que podré salir corriendo de aquí. Un rato, solo un rato. Si, ya sé, cuando hablo con mis amigos todos me dicen que a ellos esto no les pasa. Que va! Que ellos si tienen la sensación de que en su vida pasan cosas, de que su vida les gusta, a ratos, de que están, más o menos, donde quieren estar. Y a mí me alucina esto. La verdad es que sentirse a gusto con la vida de uno es algo que me parece milagroso, la verdad. Yo no sé que especie de educación extraña debo haber recibido pero siempre he tenido la nefasta sensación de que viviendo mi vida, me perdía las trescientas mil millones de vidas posibles que hubiera podido elegir. Que elegir no es construir un camino, sino dejar de andar otros, y eso a mi me llena de desasosiego. Sé que estoy muy, muy lejos del camino de la sabiduría, que todavía debo de estar en un estadio muy primario de mi formación espiritual y por eso tengo miedos tan mundanos y pensamientos tan básicos. Es posible. Seguro, vamos!! Pero no me digas que tu vida, a veces, no se te hace pequeña.
El otro día leí que el espíritu moderno apostaba por el futuro, por el progreso, por la colectividad, pero que eso ahora se acabó. El posmoderno es un individuo hedonista, que vive el presente y desea la libertad y la independencia del colectivo. ¿Será que yo tengo un espíritu posmoderno encerrado en un cuerpo, en una mente, en un pensamiento, en una educación moderna? O será, simplemente que antes la colectividad y el progreso ofrecían ciertas garantías de un futuro mejor (al menos esa era la idea) y que ahora, la modernidad y el progreso solo ofrecen el miedo a un cataclismo mundial, a la destrucción total, a un sálvese quien pueda? Hagas lo que hagas, el futuro te depara el miedo, la precariedad, la pura y simple supervivencia. ¿No será que con toda ésta nueva oleada de milenarismo apocalíptico que estamos viviendo, estamos tensando demasiado la cuerda? Para qué ser buenos? Para qué sacrificarnos? Para qué mejorar y ser más sabios? Si esto se acaba pues vamos a exprimirlo hasta el final, vamos a vivir la vida loca. Para lo que me queda en el convento, señores, ya saben... En fin, que creo que vivimos en un mundo que nos hace muy vulnerables y que nos quiere estúpidos y idiotizados, dando tumbos. Así, mientras nosotros damos vueltas como un derviche, otros manejan los hilos de este futuro que ya no nos pertenece. Por eso yo me miro el bosque y no me atrevo a entrar, porque puede que haya árboles y ríos y pájaros y mariposas, pero puede que haya locos, asesinos, pirómanos y destructores. Y quizá es eso, al fin y al cabo, lo que se espera de nosotros. Que no hagamos nada y no molestemos mucho. Que nos estemos quietos y callados y que tengamos miedo. Miedo a vivir, miedo a arriesgarnos, miedo a probar, miedo a equivocarnos, miedo a movernos. No sé, quizá la de hoy es una columna muy confusa, un poco oscura, la verdad, creo que sí, pero es tan confusa como mi mente, como el futuro y como el mundo. Como la vida misma, no?
En fin... mañana saldrá el sol. Seguro!

martes, 3 de abril de 2007

Look at me! Parte XI


Donde Ella nos cuenta quién es y cómo ha llegado hasta aquí. Parte XI.

A mí muchas veces me preguntan porque no quiero tener hijos, con lo que me gustan los niños. Y es verdad, me gustan los niños, me encantan! En general. Me impresiona ver como están todo el día mirando, oyendo, absorbiendo cosas nuevas y almacenándolas en sus cerebros, como las van organizando y clasificando. Casi se puede oír el run, run, de sus cerebros funcionando a todo trapo todo el día. Es precioso ver como aprenden, como hacen algo por primera vez. Es alucinante ver la cara de un niño la primera vez que consigue ir solo con una bicicleta de dos ruedas, cara de triunfo y de emoción. Es increíble como pasan de chupar teta todo el día a dejarte petrificado con un comentario que ya quisieras haber dicho tú. Sí, me caen bien los niños, en general. Porque lo tienen todo por hacer, porque se están creando, inventando, y porque tienes la esperanza de que lo van a hacer mejor que tú. Son como la esperanza de un mundo mejor.
El hecho de que yo no quiera tener hijos no tiene nada que ver con ellos, es simplemente que esto de crear vidas a mí me va un poco grande, la verdad. Y lo que más me sorprende es que haya tanta gente, la mayoría, que sí quieran tenerlos. Que se vean capaces. Con ánimo, con alegría incluso, diría yo.
Y bueno… la familia. La familia, amigo mío. Por mucho que me empeño, me parece un ente aterrador. Sueles tener la sensación de que son los que menos te conocen y los que más duramente te juzgan. Yo creo que son los que te pueden decir cosas más duras sin ni siquiera inmutarse, y no por amor o porque crean que con eso te pueden ayudar, sino por pura y simple ligereza mental.
Las familias suelen padecer infantilismo y victimización en grado superlativo y los miembros de las familias suelen estar todo el santo día cargándole el muerto a los demás. Como son, en general, poco propensas al trabajo en profundidad y prefieren la cosa fácil, te cuelgan una etiqueta cuando tienes uno o dos años y sueltas la primera palabra y no le dan más vueltas, o sea que te plantas a los cuarenta con la etiqueta que te engancharon en el chupete cuando eras un bebé y así, como ellos son los primeros seres humanos que te sirven de referencia es este mundo, te pasas el resto de tu vida churrepetendo el maldito chupete sin saber qué carajos hacer con él. Y así nos va.
Bueno, ya sé que hay familias y familias y mi madre me dice que soy una petarda y una desagradecida por pensar estas cosas y que sí, que bueno, que la familia es un taladro a veces, pero que no está tan mal y que siempre está ahí cuando la necesitas y que a ver a ti quién te quiere más que yo! Me dice. Y tiene razón, la pobre. Pero desengañate, no en vano las consultas de los psicólogos están llenas de gente en regresión. Yo me sé algunos que tienen que regresarse, incluso, al útero materno, imaginate!
Bueno, bueno… la familia.
Mí familia, por ejemplo, es un poco como medio familia siciliana, por lo emotiva e impulsiva y medio familia al más puritito estilo catalán de las montañas, por roqueña y de secano. No sé si me explico. La bomba, vamos!
Una comida en mi casa equivale a cuatro o cinco lanzamientos en puenting, por lo estresante y agotador. Buena gente, eso sí, pero por separado. Todos juntos conformamos una trouppe increíblemente folclórica. Cada loco con su tema y todos los temas a la vez.
Yo, que en el fondo soy una cursi y una convencional, incluso siento cierta alegría cuando tenemos una de estas comidas familiares. Ver a mis hermanos y a mis sobrinos me hace siempre ilusión y llego muy puesta, con mi pareja, como una mujer de treinta y tantos de visita a casa de sus padres y salgo, después del centrifugado, como una niñita de diez con dolor de cabeza porque he bebido demasiado cava. Un cuadro, vaya.
Y es que hagas lo que hagas la familia siempre está ahí para recordarte de lo que habías salido huyendo. No me digas que no. En fin… que esto de fundar una familia yo lo veo un poco como un parche. Para superar el trauma de la primera te pones a construir otra con la esperanza de hacerlo mejor. Y lo malo es que me parece que no hay manera de hacerlo bien, es decir, que la familia es solo un vehículo más o menos tradicional para que te precipiten a este mundo y lo otro ya es cosa tuya. Pero claro, yo pienso esto porque soy una desnaturalizada, porque la mayoría tiene hijos y funda familias y parece que no les va tan mal o al menos ni mejor ni peor que a mí, vamos!. Y en fin, que la rarita debo ser yo. La verdad es que nunca se me ha ocurrido preguntarle a la gente por qué tiene hijos, pero me temo que esto debe ser un poco como cuando le preguntas a un católico por qué cree. Puedes tener discusiones larguísimas y complicadísimas, pero al final hay una cosa que no se puede rebatir y es cuando te dicen; esto chica, es algo que se lleva en el corazón, es una cuestión de fe.
Tal cual.