En el último momento desesperado- ¡Cuando ya no puedes sufrir más!-, ocurre algo de carácter milagroso. La gran herida abierta por la que se derrumba la sangre de la vida se cierra, el organismo florece como una rosa. Eres “libre” por fin, y no “con nostalgia de Rusia”, sino con el anhelo de cada vez mayor libertad, de cada vez mayor felicidad.
Son textos que recuerdo de cuando los leí en mi adolescencia. Henry Miller. Me encantaba. Durante la adolescencia se sufre mucho. Uno siempre está sufriendo. No en vano se la llama adolescencia, del que adolece, no? Es una etapa curiosa en la que hay que tomar tantas decisiones que se anda medio perdido, hecho un lío entre lo que quieres ser, lo que eres y lo que te obligan a ser. No es que después la cosa cambie mucho pero se te supone más libre y más… mmm… más no sé qué, francamente.
En fotografía hay grandes trabajos sobre la adolescencia. Jouko Lehtola, por ejemplo, nos muestra a unos adolescentes que buscan su espacio, su lugar en el mundo a través de la identificación con grupos determinados. Reivindican por un lado la diferencia y por otro la pertenencia a un grupo que les proteja, que les acoja. Los adolescentes buscan la seguridad y la reafirmación fuera del núcleo familiar, por tanto deben encontrar cuál es su tribu, por decirlo de alguna manera. Los hábitos, la pose, la forma de vestir, son las máscaras. Los primitivos usaban las máscaras para protegerse de los espíritus malignos y para dar miedo al enemigo. Supongo que ahora usamos la máscara un poco para lo mismo, pero no andamos bailando y dando saltitos lanza en mano, por la calle. Por lo demás, igualito.
Después está Tracy Moffat, con su serie de cicatrices para toda la vida, donde intenta plasmar gráficamente los traumas infantil-adolescentes que le han explicado sus amigos o gente que quiere compartirlos con ella. Hay algunos muy duros, cosas terribles, pero también hay algunos con los que es fácil identificarse, como con la del chico que lleva la camiseta del equipo de fútbol tejida a mano por su madre. Esta hecho polvo, el pobre, totalmente avergonzado, y sus compañeros se están muriendo de risa compartiendo miradas irónicas entre ellos. Yo nunca he jugado al fútbol, pero recuerdo que a mi madre una vez se le antojó comprarme unas Victoria rosas para ir de excursión cuando todos los de mi clase llevaban estupendas zapatillas de deporte de marca. Me hundió en la miseria durante todos los malditos campamentos de verano y cuando se lo recuerdo todavía se ríe, la muy petarda!
En fin, después tenemos a Rineke Dijkstra y su maravillosa manera de captar el paso de niño a adulto con unas fantásticas fotos de criaturas extrañas, niños como cervatillos que parecen estar creciendo y alargarse durante todo el tiempo que dura la exposición. Ponen cara de estar totalmente desamparados y no de saber que hacer con sus cuerpos. Geniales!
El momento total es cuando los niños empiezan a tener bozo pero todavía no se afeitan y tienen aquel aspecto desaliñado, como a medio hacer, o cuando a las niñas se les empieza a intuir el pecho y no saben como esconderlo porque mamá no ve ningún motivo para que tengan que taparse la parte de arriba en la playa. Que momentos más duros, señor! Y las madres parecen haber olvidado que ellas también fueron niñas y que también se sintieron tan extrañas como sus hijas dentro de un cuerpo que parece que va por libre. Hay una foto genial de Lethola en la que aparece una niña con toda la cara llena de acné, el pelo engominado para que le quede bien liso, como enganchado a la cara, unos grandes pechos y una camiseta tres tallas pequeña en la que se puede leer “Hello boys!” Una risa total, en serio! Con todas esas hormonas saltándoles de neurona en neurona y con todas esas crisis de identidad y esas pasiones y esas amistades de sangre, para toda la vida. Es una época fantástica! Cansadísima, eso también. Pero es que no hay quien aguante tanta intensidad! Tantas cosas nuevas, no? Besar a un chico por primera vez, enamorarse por primera vez, tener el primer desengaño, que no el último, que va! Y, bueno, intentar comprenderte, comprender el mundo, comprender a la familia, pensarse el futuro, idearse la vida, construirse un mundo… y soñar, soñar mucho; qué vas a ser, quién vas a ser, cómo va a ser. Una maravilla. ¿Y los amigos? Gente con la que crees que no podrías vivir, que son lo más importante para ti, grandes promesas, grandes amores. Después todo cambia, y nada es como lo soñaste, o casi nada! Aunque en algunos casos, casi mejor, no? Dios nos libre! No sé quien dijo, cuidado con lo que sueñas porque se te puede cumplir. Una verdad como un templo.
En fin, que la adolescencia es una época dura y conflictiva pero que cuanto más lejos la tienes más maravillosa te parece. Porque sí, porque es intensa y sobretodo, porque está viva, tremendamente viva. Yo me miro a esos chicos y sonrío, porque por un lado sé la cantidad de trabajo que les queda por hacer, muchos dolores y frustraciones, pero por otro, porque dan una gran envidia con sus vidas recién estrenadas, con sus risas y sus pasiones. Es como ver a un potro recién nacido empezar a galopar.
En realidad yo me siento exactamente igual que ellos, con las mismas ganas de vivir, con los mismos miedos, con las mismas ilusiones, con la misma intensidad. Supongo que esto, en el fondo, nunca cambia. La vida empieza cada día! Aunque tenga que convertirme en un parque natural y salvaje habitado solamente por soñadores inactivos, no me detendré para quedarme aquí, en la ordenada fatuidad de la vida de adulto responsable!.
Henry Miller otra vez. Ja!
Son textos que recuerdo de cuando los leí en mi adolescencia. Henry Miller. Me encantaba. Durante la adolescencia se sufre mucho. Uno siempre está sufriendo. No en vano se la llama adolescencia, del que adolece, no? Es una etapa curiosa en la que hay que tomar tantas decisiones que se anda medio perdido, hecho un lío entre lo que quieres ser, lo que eres y lo que te obligan a ser. No es que después la cosa cambie mucho pero se te supone más libre y más… mmm… más no sé qué, francamente.
En fotografía hay grandes trabajos sobre la adolescencia. Jouko Lehtola, por ejemplo, nos muestra a unos adolescentes que buscan su espacio, su lugar en el mundo a través de la identificación con grupos determinados. Reivindican por un lado la diferencia y por otro la pertenencia a un grupo que les proteja, que les acoja. Los adolescentes buscan la seguridad y la reafirmación fuera del núcleo familiar, por tanto deben encontrar cuál es su tribu, por decirlo de alguna manera. Los hábitos, la pose, la forma de vestir, son las máscaras. Los primitivos usaban las máscaras para protegerse de los espíritus malignos y para dar miedo al enemigo. Supongo que ahora usamos la máscara un poco para lo mismo, pero no andamos bailando y dando saltitos lanza en mano, por la calle. Por lo demás, igualito.
Después está Tracy Moffat, con su serie de cicatrices para toda la vida, donde intenta plasmar gráficamente los traumas infantil-adolescentes que le han explicado sus amigos o gente que quiere compartirlos con ella. Hay algunos muy duros, cosas terribles, pero también hay algunos con los que es fácil identificarse, como con la del chico que lleva la camiseta del equipo de fútbol tejida a mano por su madre. Esta hecho polvo, el pobre, totalmente avergonzado, y sus compañeros se están muriendo de risa compartiendo miradas irónicas entre ellos. Yo nunca he jugado al fútbol, pero recuerdo que a mi madre una vez se le antojó comprarme unas Victoria rosas para ir de excursión cuando todos los de mi clase llevaban estupendas zapatillas de deporte de marca. Me hundió en la miseria durante todos los malditos campamentos de verano y cuando se lo recuerdo todavía se ríe, la muy petarda!
En fin, después tenemos a Rineke Dijkstra y su maravillosa manera de captar el paso de niño a adulto con unas fantásticas fotos de criaturas extrañas, niños como cervatillos que parecen estar creciendo y alargarse durante todo el tiempo que dura la exposición. Ponen cara de estar totalmente desamparados y no de saber que hacer con sus cuerpos. Geniales!
El momento total es cuando los niños empiezan a tener bozo pero todavía no se afeitan y tienen aquel aspecto desaliñado, como a medio hacer, o cuando a las niñas se les empieza a intuir el pecho y no saben como esconderlo porque mamá no ve ningún motivo para que tengan que taparse la parte de arriba en la playa. Que momentos más duros, señor! Y las madres parecen haber olvidado que ellas también fueron niñas y que también se sintieron tan extrañas como sus hijas dentro de un cuerpo que parece que va por libre. Hay una foto genial de Lethola en la que aparece una niña con toda la cara llena de acné, el pelo engominado para que le quede bien liso, como enganchado a la cara, unos grandes pechos y una camiseta tres tallas pequeña en la que se puede leer “Hello boys!” Una risa total, en serio! Con todas esas hormonas saltándoles de neurona en neurona y con todas esas crisis de identidad y esas pasiones y esas amistades de sangre, para toda la vida. Es una época fantástica! Cansadísima, eso también. Pero es que no hay quien aguante tanta intensidad! Tantas cosas nuevas, no? Besar a un chico por primera vez, enamorarse por primera vez, tener el primer desengaño, que no el último, que va! Y, bueno, intentar comprenderte, comprender el mundo, comprender a la familia, pensarse el futuro, idearse la vida, construirse un mundo… y soñar, soñar mucho; qué vas a ser, quién vas a ser, cómo va a ser. Una maravilla. ¿Y los amigos? Gente con la que crees que no podrías vivir, que son lo más importante para ti, grandes promesas, grandes amores. Después todo cambia, y nada es como lo soñaste, o casi nada! Aunque en algunos casos, casi mejor, no? Dios nos libre! No sé quien dijo, cuidado con lo que sueñas porque se te puede cumplir. Una verdad como un templo.
En fin, que la adolescencia es una época dura y conflictiva pero que cuanto más lejos la tienes más maravillosa te parece. Porque sí, porque es intensa y sobretodo, porque está viva, tremendamente viva. Yo me miro a esos chicos y sonrío, porque por un lado sé la cantidad de trabajo que les queda por hacer, muchos dolores y frustraciones, pero por otro, porque dan una gran envidia con sus vidas recién estrenadas, con sus risas y sus pasiones. Es como ver a un potro recién nacido empezar a galopar.
En realidad yo me siento exactamente igual que ellos, con las mismas ganas de vivir, con los mismos miedos, con las mismas ilusiones, con la misma intensidad. Supongo que esto, en el fondo, nunca cambia. La vida empieza cada día! Aunque tenga que convertirme en un parque natural y salvaje habitado solamente por soñadores inactivos, no me detendré para quedarme aquí, en la ordenada fatuidad de la vida de adulto responsable!.
Henry Miller otra vez. Ja!
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