Donde Ella nos cuenta quien es y como ha llegado hasta aquí. Parte XXII.
Hay días en los que, de verdad, me gustaría dejarlo todo y pasar mis horas haciendo pasteles y mermeladas, haciendo media, punto de cruz, pintando aguamarinas, yo que sé! Es que, como dice una amiga mía, a veces, vivir cansa!
Jolines, si cansa!!
Hay días en los que no te puedes creer la de cosas que tienes que hacer para ir tirando y cuanto cuesta todo, y qué duro es abrirse camino, y seguir y seguir… Buf! Me siento, a veces, como si tuviera cien mil años y los llevara todos tirando de un burro. Me explico, no?
Si, ya sé, siempre ando quejándome. Soy una auténtica alegría de vivir. Unas castañuelas, vaya! Lo sé, lo sé. Eso también lo he heredado de mi familia, de mi abuela, de mi madre, de la “padrina” y de “la tieta”, esa fatalidad, esa alma de opereta… Ese sin vivir.
Total, que hoy me he dicho, pues nada bonita, tómatelo con calma, haz algo, así, como para relajarte… Deja pasar las horas, no hay que andar todo el rato como alma que lleva el diablo! Si es que incluso los fines de semana parecen una gincama, de verdad! Hay que estar en todas partes!
Y me ha venido a la cabeza las reuniones femeninas que se montaban en mi casa, donde las mujeres se juntaban para coser, hacer media o ganchillo, cada cual lo suyo, pero consultándose las unas a las otras y sobre todo a una, mi tía, que era la maestra de ceremonias.
Mis abuelas y mis tías hacían auténticas virguerías con las agujas de tricotar.
En el pueblo donde yo veraneaba, veraneaba también buena parte de mi familia, de hecho mi abuela vivió allí toda su adolescencia cuidando al hijo de su hermana que tenía una enfermedad respiratoria y le aconsejaron que no viviera en la ciudad, así que mandaron a mi abuela y a una criada a vivir al pueblo. Las dos debían tener unos quince años y estaban a cargo de un bebé! ¿Os imagináis esto ahora? Es impensable!! Pero bueno, esa es otra historia, la historia de mi abuela, que un día os contaré porque es de película, de neorrealismo italiano, os lo digo de verdad.
En fin… Mi familia veraneó en ese pueblo durante muchos años y en las tardes calurosas o en las tardes de lluvia, se juntaban unas cuantas mujeres en casa y dejaban pasar las horas haciendo media y charlando. A mí me encantaba sentarme con ellas y escuchar su charla mientras le tejía un gorrito de ganchillo a mi Baby mocosete o una bufanda a mi Nancy.
Que tiempos aquellos en los que uno podía dejar pasar las horas y ver caer la tarde, sin más, y no sentirse culpable. Culpable de no aprovechar el tiempo, culpable de no ambicionar nada, culpable de pereza, culpable de dejar que se te escurriera el tiempo escuchando el run-run de la charla de tus tías.
Diu que la Caterina del Mingu a fet Pascua abans de Rams –decía una, y esto lo escribo en catalan porqué es impensable traducir los mil refranes y frases hechas por segundo que utilizaban al hablar - i que el pobre Mingu a hagut de vendres un troç de terra per casar-la, perque diu que ell es un arreplagat. Mira –decía otra- al menys no es quedará per vestir sants! A veure si al final resultará que no és pas tant tonta com semblava – añadía la última - Y se les escapaba la risa por debajo de la nariz. La conversación solo se veía interrumpida de vez en cuando por la voz de mi tía que decía; nenes, una pasada més i canviem a punt de Jacquard. Tres del dret i tres del revés. Y seguían con su charla.
A mi me parecía mágico.
Recuerdo también, curiosamente, las medallas de oro de vírgenes y santos que llevaban colgadas del cuello y que les caían en el escote entre los inmensos pechos que tenían todas. Unos pechos tranquilizadores, como de quien sabe de qué va todo esto. Unos pechos universales, ancestrales…
Qué maravilla, qué gozada; en el pueblo, con cuatro meses de vacaciones por delante, con todas las tías y las abuelas y las mamás cuidando de una y preparándole la merienda de pan con nocilla y un vaso de leche y sentadita alrededor de todas esas mujeres que charlaban y reían y languidecían en esas tardes eternas de pan con chocolate y olor a colonia dulce… Dios! Que nostalgia. Qué mayor se siente una algunos días.
Y nada, que me he comprado mi lana y he empezado mi bufanda, pero no es lo mismo en absoluto, porque no hay reunión femenina, ni están mis tías, ni mis abuelas, y porque el mundo gira y gira, y yo no sé como se hace el punto de Jacquard, y solo sé hacer el punto bobo, que es el más fácil y siempre es igual y me aburro y me parezco a Penélope tejiendo una tela que deshago de noche y a la mañana siguiente vuelvo a empezar y que no me sirve, vaya. Y que para encontrar la niña que fui, como dice Luz Casal, no me bastan unas agujas de hacer media, para encontrar la pureza, nostalgia de tanta inocencia, me falta la ingenuidad de pensar que todo está por hacer y de que todo es posible.
Hay días en los que, de verdad, me gustaría dejarlo todo y pasar mis horas haciendo pasteles y mermeladas, haciendo media, punto de cruz, pintando aguamarinas, yo que sé! Es que, como dice una amiga mía, a veces, vivir cansa!
Jolines, si cansa!!
Hay días en los que no te puedes creer la de cosas que tienes que hacer para ir tirando y cuanto cuesta todo, y qué duro es abrirse camino, y seguir y seguir… Buf! Me siento, a veces, como si tuviera cien mil años y los llevara todos tirando de un burro. Me explico, no?
Si, ya sé, siempre ando quejándome. Soy una auténtica alegría de vivir. Unas castañuelas, vaya! Lo sé, lo sé. Eso también lo he heredado de mi familia, de mi abuela, de mi madre, de la “padrina” y de “la tieta”, esa fatalidad, esa alma de opereta… Ese sin vivir.
Total, que hoy me he dicho, pues nada bonita, tómatelo con calma, haz algo, así, como para relajarte… Deja pasar las horas, no hay que andar todo el rato como alma que lleva el diablo! Si es que incluso los fines de semana parecen una gincama, de verdad! Hay que estar en todas partes!
Y me ha venido a la cabeza las reuniones femeninas que se montaban en mi casa, donde las mujeres se juntaban para coser, hacer media o ganchillo, cada cual lo suyo, pero consultándose las unas a las otras y sobre todo a una, mi tía, que era la maestra de ceremonias.
Mis abuelas y mis tías hacían auténticas virguerías con las agujas de tricotar.
En el pueblo donde yo veraneaba, veraneaba también buena parte de mi familia, de hecho mi abuela vivió allí toda su adolescencia cuidando al hijo de su hermana que tenía una enfermedad respiratoria y le aconsejaron que no viviera en la ciudad, así que mandaron a mi abuela y a una criada a vivir al pueblo. Las dos debían tener unos quince años y estaban a cargo de un bebé! ¿Os imagináis esto ahora? Es impensable!! Pero bueno, esa es otra historia, la historia de mi abuela, que un día os contaré porque es de película, de neorrealismo italiano, os lo digo de verdad.
En fin… Mi familia veraneó en ese pueblo durante muchos años y en las tardes calurosas o en las tardes de lluvia, se juntaban unas cuantas mujeres en casa y dejaban pasar las horas haciendo media y charlando. A mí me encantaba sentarme con ellas y escuchar su charla mientras le tejía un gorrito de ganchillo a mi Baby mocosete o una bufanda a mi Nancy.
Que tiempos aquellos en los que uno podía dejar pasar las horas y ver caer la tarde, sin más, y no sentirse culpable. Culpable de no aprovechar el tiempo, culpable de no ambicionar nada, culpable de pereza, culpable de dejar que se te escurriera el tiempo escuchando el run-run de la charla de tus tías.
Diu que la Caterina del Mingu a fet Pascua abans de Rams –decía una, y esto lo escribo en catalan porqué es impensable traducir los mil refranes y frases hechas por segundo que utilizaban al hablar - i que el pobre Mingu a hagut de vendres un troç de terra per casar-la, perque diu que ell es un arreplagat. Mira –decía otra- al menys no es quedará per vestir sants! A veure si al final resultará que no és pas tant tonta com semblava – añadía la última - Y se les escapaba la risa por debajo de la nariz. La conversación solo se veía interrumpida de vez en cuando por la voz de mi tía que decía; nenes, una pasada més i canviem a punt de Jacquard. Tres del dret i tres del revés. Y seguían con su charla.
A mi me parecía mágico.
Recuerdo también, curiosamente, las medallas de oro de vírgenes y santos que llevaban colgadas del cuello y que les caían en el escote entre los inmensos pechos que tenían todas. Unos pechos tranquilizadores, como de quien sabe de qué va todo esto. Unos pechos universales, ancestrales…
Qué maravilla, qué gozada; en el pueblo, con cuatro meses de vacaciones por delante, con todas las tías y las abuelas y las mamás cuidando de una y preparándole la merienda de pan con nocilla y un vaso de leche y sentadita alrededor de todas esas mujeres que charlaban y reían y languidecían en esas tardes eternas de pan con chocolate y olor a colonia dulce… Dios! Que nostalgia. Qué mayor se siente una algunos días.
Y nada, que me he comprado mi lana y he empezado mi bufanda, pero no es lo mismo en absoluto, porque no hay reunión femenina, ni están mis tías, ni mis abuelas, y porque el mundo gira y gira, y yo no sé como se hace el punto de Jacquard, y solo sé hacer el punto bobo, que es el más fácil y siempre es igual y me aburro y me parezco a Penélope tejiendo una tela que deshago de noche y a la mañana siguiente vuelvo a empezar y que no me sirve, vaya. Y que para encontrar la niña que fui, como dice Luz Casal, no me bastan unas agujas de hacer media, para encontrar la pureza, nostalgia de tanta inocencia, me falta la ingenuidad de pensar que todo está por hacer y de que todo es posible.
Si, ya sé. Ya me lo dice mi madre. Tienes alma de “fado”, corazón.
2 comentarios:
Doncs jo te'n trobo unes quantes, per venir a fer mitja els dijous a la tarda... començant per un servidor, que poc a poc està aprenent a no sentir-se culpable en veure caure el sol sense haver fet res de profit :)
huggy
Doncs jo, si m´ensenyes el punt tonto aquest, vinc cada tarda si vols, a veure-la caure, o la fem caure, com vulguis.
una abraçada!
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